El esqueleto de un perro de raza Husky de hace 7 mil años, enterrado en un cementerio de Siberia, se convirtió en la más antigua constancia de la utilización de animales domésticos. 

Según los investigadores de la Universidad de Alberta (Canadá), encargados del hallazgo, el perro vivía junto a una familia humana a la que servía en el traslado de elementos de caza y pesca. Por su ADN pudo averiguarse que la mascota se alimentaba de la misma manera que los humanos, y las características del hallazgo demuestran que fue enterrado tal como si fuera una persona. 

Junto al perro siberiano y sus familiares humanos, los arqueólogos encontraron también el esqueleto de un lobo, aunque se presume, según el Journal of Anthropological Archaeology, que él no era tratado como una mascota sino que fue empleado para acompañar a los muertos y proteger sus almas en el más allá.  






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